lunes, 19 de julio de 2010

De primeras

Ha necesitado demasiado tiempo para publicar esa entrada del blog. La sangre me hervía, impaciente, leyendo y releyendo una y otra vez sus palabras. Aburrido, le gritaba que nos teníamos que vestir, que teníamos que salir, que ya era hora, que me sentía desnudo. Pero no me hacía caso. Se estaba tomando su tiempo, demasiado, no hace falta que lo repita más.

Al fin, le ha dado al botón de enviar, ha mirado a la mesa, ha cogido la máscara y he sonreído. Por fin. De vuelta. Nos vamos.

En la calle hace frío, aunque yo no lo noto. Lo sé porque él está tiritando. Debería haber cogido el abrigo. O mejor no porque sufrir le hace bien. Siempre ha sido más feliz sufriendo. Nunca ha sido de aquellos que ven la vida en tecnicolor, los grises y la oscuridad han sido sus mejores compañeros y de ello me alegro.

Caminamos unos pasos, sé que vamos al bar, pero siempre por un camino diferente, cada vez más largo y tortuoso porque nos gusta ver como la ciudad se abre ante nosotros, nos espera cada noche, idolatra nuestros pasos, nuestros saltos, nuestros gritos. Y yo me siento bien. ¿Él? No lo sé, pero si no fuera así, ¿por qué lo haría?

Subidos en un banco observamos las calles vacías, los reflejos de las televisiones en las ventanas, las antenas transmitiendo en extrañas frecuencias y perturbando nuestra comunicación. Hoy no hay mucho que hacer porque está nevando. Y cuando nieva, la ciudad no nos necesita tanto. Pasamos de ser parte importante de su engranaje a ser sus invitados, invitados de invierno, innecesarios pero bienvenidos, esperando a ser útiles, a nuestra manera.

Tras el paseo, abrimos la puerta del bar. Allí están todos, bebiendo, contándose historias, lamiéndose las heridas, haciéndose los valientes. Me acerco a la barra, pido dos whiskys y me siento. No hablo con nadie porque no puedo hablar. Él no me deja, quiere la palabra sólo para él. Afortunadamente me gusta escuchar, aunque lo que escucho esta noche no me gusta. Es el preludio de la tempestad y debo prepararme.

Nos levantamos, contra mi voluntad. Salimos corriendo. La noche siempre acaba igual. Llegamos a casa. Se arranca la máscara. Se acabó.

Mañana, de paredes y destrucción